Teóricos, analistas y activistas de todo tipo parecen coincidir a la hora de caracterizar las sociedades contemporáneas como sociedades sometidas a profundos y continuos procesos de cambio. Más allá de las diferencias en los diagnósticos y propuestas movilizadas, todos parecen subrayar la emergencia, tras la crisis de la década de 1970, de una formación social novedosa que multiplica los interrogantes, los riesgos y las posibilidades actuales. Una formación social compuesta de una serie de características específicas que la diferenciarían de otras composiciones sociales anteriores y/o contemporáneas.
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